miércoles, 28 de noviembre de 2007

Oscar Wilde

Ya no llevaba su guerrera roja, pues la sangre y el vino rojos son, y sangre y vino había en sus manos cuando le encontraron con la muerta, la pobre muerta a la que amara y a la que en su lecho asesinó.
Caminaba entre los condenados con su traje gris raído y su gorro de dril en la cabeza; ágil y alegre parecía su paso, pero nunca he visto a un hombre mirar tan ávidamente el día.
Nunca he visto a un hombre mirar con ojos tan ávidos esa cupulilla azul que los presos llaman cielo, y cada nube que pasaba a la deriva con su velamen de plata.
Con otras almas en pena caminaba yo por el otro círculo, preguntándome si el crimen de aquel hombre sería grande o pequeño, cuando una voz susurró a mis espaldas: "La horca le está aguardando."
¡Ah, Cristo! Los muros mismos de la cárcel parecieron de repente tambalearse, y el cielo azul sobre nuestras cabezas convirtióse en un casco de candente acero, y aunque también yo era un alma en pena, ya mi pena no pude sentirla.
Sólo supe qué pensamiento acosado aguijaba así su paso, y por qué miraba con ojos tan ávidos el día radiante; aquel hombre había matado lo que amaba, y tenía que morir por ello.

Sin embargo - ¡y óiganlo bien todos! - los hombres todos matan lo que aman: unos con una mirada de odio, con una palabra acariciadora otros; el cobarde con un beso; ¡el hombre valiente con una espada!
Unos matan su amor cuando son jóvenes, cuando ya son viejos otros; unos lo ahogan con las manos de la lujuria, con las manos del oro otros; los más compasivos se sirven de un cuchillo, del cuchillo que mata sin agonía.

El amor de unos es demasiado corto, demasiado largo es el de otros; unos venden, y los otros compran; unos hacen lo que tienen que hacer con muchas lágrimas, otros sin un solo suspiro; pues los hombres todos matan lo que aman, aunque no todos tengan que morir por ello.
No todos mueren una muerte ignominiosa, un día de deshonra oscura, ni todos sienten en torno del cuello el nudo corredizo, y el capuchón sobre el rostro, y los pies cayendo a plomo en el vacío.

Primeras líneas de La balada de la Cárcel de Reading