domingo, 2 de marzo de 2008

Herman Melville

Ésta, compañeros, es la otra lección; y ¡ay de aquel piloto del Dios viviente que la desprecie! ¡Ay de aquel a quien el mundo con sus encantos le aparte del deber evangélico! ¡Ay de aquel que trate de echar aceite en las aguas cuando Dios las ha hecho hervir en una galerna! ¡Ay de aquel que trate más de agradar que de horrorizar! ¡Ay de aquel que, en este mundo, no pretenda deshonor! ¡Ay de aquel que no sea sincero cuando ser falso sea la salvación! ¡Sí, ay de aquel que, como dijo el gran Piloto Pablo, mientras predica a los demás es él mismo un réprobo! Se desplomó y se hundió en sí mismo por un momento; luego, volviendo a alzar la cara hacia ellos, mostró en sus ojos un gozo profundo, y exclamó con entusiasmo celeste: - Pero ¡oh, compañeros!, a estribor de toda aflicción, hay un gozo seguro; y la cofa de ese gozo es más alta de lo que es de profundo el fondo de la aflicción. La altura de la perilla, ¿no es mayor que la profundidad de la sobrequilla? El gozo -un gozo muy alto, muy alto y muy entrañable- es para aquel que, frente a los orgullosos dioses y comodoros de esta tierra, siempre mantiene su propia persona inexorable. El gozo es para aquel cuyos recios brazos todavía le sostienen cuando el navío de este vil y traidor mundo se ha hundido bajo sus pies. El gozo es para aquel que no da cuartel en la verdad, y mata, quema y destruye todo pecado, aunque tenga que sacarlo de debajo de las togas de senadores y jueces. El gozo, gozo hasta el tope del mástil, es para aquel que no reconoce ley ni señor sino al Señor su Dios, y que sólo es patriota del Cielo. El gozo es para aquel a quien todas las olas de los mares de la multitud estrepitosa jamás pueden arrancar de su segura Quilla de las Edades. Y tendrá eterno gozo y delicia aquel que cuando repose pueda decir con su, último aliento: “¡Oh, Padre! a quien reconozco sobre todo por tu vara; mortal o inmortal, aquí muero. Me he esforzado por ser tuyo, más que por ser de este mundo, o por ser mío. Pero eso no es nada, te dejo a ti la eternidad; pues ¿qué es el hombre para que viva toda la edad de Dios?”.

Moby Dick. (fragmento)