martes, 8 de enero de 2008

Henry Miller

(...) Al intentar conservar el cuerpo perdido, crecí en lógica como la ciudad, un punto dígito en la anatomía de la perfección. Crecí más allá de mi propia muerte, espiritualmente brillante y dura. Estaba dividido en ayeres interminables, mañanas interminables, descansando solo en la cúspide del acontecimiento, una pared de muchas ventanas, pero la casa había desaparecido. Debo destrozar las paredes y las ventanas, el último caparazón del cuerpo perdido, si quiero reincorporarme al presente. Por eso es por lo que ya no miro a los ojos ni a través de los ojos, sino que mediante la prestidigitación de la voluntad nado a través de los ojos, cabezas y brazos y piernas para explorar la curva de la visión. Veo a mi alrrededor, como la madre que en otro tiempo me llevó en su seno veía a las vueltas de las esquinas del tiempo. He quebrado el mundo creado por el nacimiento y la línea del viaje es redonda y continua, uniforme como el ombligo. No hay forma, ni imagen, ni arquitectura, solo vueltas concéntricas de pura locura. Soy la flecha de la sustancialidad del sueño. Verifico volando. Anulo dejándome caer a la tierra.
Así pasan los momentos, momentos verídicos del tiempo sin espacio en que lo sé todo y sabiéndolo todo me desplomo bajo el salto del sueño sin yo.
Entre esos momentos, en los intersticios del sueño, la vida intenta construir en vano, pero el andamio de la lógica de la ciudad no es apoyo. Como individuo, como carne y sangre, me nivelan cada día para formar la ciudad sin carne ni sangre, cuya perfección es la suma de toda lógica y la muerte del alma. Estoy luchando con una muerte océanica que en mi propia muerte no es sino una gota de agua que se evapora. Para alzar mi vida individual, una simple fracción de centímetro por encima de este mar de sangre que se hunde, he de tener una fe mayor que la de Cristo, una sabiduría más profunda que la del mayor de los profetas. He de tener la capacidad y la paciencia para formular lo que no va contenido en el lenguaje de nuestro tiempo, pues lo que no es inteligible carece de sentido. Mis ojos son inútiles, pues solo me devuelven la imagen de lo conocido. Mi cuerpo entero ha de convertirse en un rayo constante de luz, que se mueva con mayor rapidez todavía, que nunca se detenga, que nunca mire hacia atrás, que nunca se consuma. La ciudad crece como un cáncer; he de crecer como un sol. La ciudad corroe cada vez más lo rojo; es un insaciable piojo blanco que me devora. Voy a morir en cuanto ciudad para poder volver a ser un hombre. Así pues, cierro los oidos, los ojos, la boca.
Antes de que vuelva a ser un hombre, probablemente existiré como parque, una especie de parque natural al que la gente va a descansar, a pasar el tiempo. Lo que digan y hagan tendrá poca importancia, pues solo traerán su fatiga, su aburrimiento, su desesperanza. Seré su amortiguador entre el piojo blanco y el glóbulo rojo. Seré un ventilador para erradicar los venenos acumulados mediante el esfuerzo por perfeccionar lo imperfectible. Seré ley y orden tal como existen en la naturaleza, tal como se proyecta en el sueño. Seré el parque salvaje en plena pesadilla de la perfección, el sueño sosegado, inconmovible, en plena actividad frenética, el tiro al azar en la blanca tabla del billar de la lógica. No sabré llorar ni protestar, pero estaré siempre ahí en absoluto silencio para recibir y para restaurar. No diré nada hasta que llegue otra vez el momento de ser un hombre. No haré esfuerzos ni para preservar ni para destruir. No emitiré juicios ni críticas. Los que estén hartos acudirán a mi en busca de reflexión; los que no estén hartos morirán como vivieron, en el desorden, en la desesperación, ignorando la verdad de la redención. Si alguien me dice, debes ser religioso, no responderé. Si alguien me dice, no tengo tiempo ahora, me espera una mujer, no responderé. Siempre habrá una mujer o una revolución a la vuelta de la esquina, pero la madre que me llevó en su seno dobló más de una esquina y no respondió, y, al final, se dio la vuelta de adentro hacia afuera y yo soy la respuesta.
Trópico de Capricornio (1939).