miércoles, 5 de diciembre de 2007

Georg Trakl

Noche de invierno

Ha caído nieve. Después de medianoche abandonas, ebrio de vino purpúreo, la oscura región de los hombres, la roja llama de su hogar. ¡Oh, la tiniebla!
Negra escarcha. La tierra es dura, amargo el sabor del aire. Signos malignos conforman sus estrellas.
Con pasos petrificados vas golpeando sobre el terraplén, con ojos redondos, como un soldado que asalta una negra trinchera. ¡Avanti!
¡Amarga nieve y Luna!
Un lobo rojo que un ángel estrangula. Tus piernas tintinean al caminar como hielo azul, y una sonrisa llena de tristeza y orgullo ha petrificado tu rostro, y la frente empalidece ante la voluptuosidad del frío:
O bien se inclina callada sobre el sueño de un centinela, que se dejó caer en su garita de madera.
Helada y humo. Una blanca camisa de estrellas quema los hombros donde se apoya y los buitres de Dios despedazan tu corazón metálico.
Oh, la pétrea colina. Silencioso y olvidado se va derritiendo el fresco cuerpo en la nieve plateada.
Negro es el sueño. Largamente sigue el oído el derrotero de las estrellas por el hielo.
Al despertar sonaban las campanas de la aldea. Por la puerta oriental entró argénteo el día sonrosado.