Los uruguayos percibimos el color menguado en sus propiedades expresivas. Nuestros cuadros exhiben esta situación explícitamente. Un uruguayo en el MOMA es inmediatamente discernible del resto por su extraña necesidad de colocarse gafas oscuras frente a ejemplares fauves o varias de las piezas post-impresionistas allí exhibidas. Esto se debe a la natural propensión del uruguayo de subordinar el color a las habilidades constructivas del pintor. Un Soutine le propone una irritación retiniano-intelectual tal que varios museos europeos han dispuesto advertencias y carteles varios prohibiendo el ingreso de uruguayos a sus establecimientos. La inclinación flemática del uruguayo por la pintura tonal, contenida y medida en sus relaciones cromáticas al servicio del armonioso diseño y la construcción severa le han granjeado una oscura fama entre las naciones promotoras del color como sumo valor expresivo y dador de forma y ritmo.
Luego el pintor uruguayo es un individuo sumamente peligroso, sus nervios tensamente comprimidos en teorías auspiciantes de la regularidad rítmica, simetrías y proporción Áurea, suelen desatarse de las maneras mas violentamente escandalosas (un episodio ejemplar de estos arrebatos puede señalarse en el incendio del museo de San Pablo mientras se exhibía allí buena parte de la obra del maestro J.T.G).
La ancestral rivalidad con el pintor español de finales del s. XX encuentra su cardinal fundamento en la herencia sumisamente recibida de la ultima frenética pintura del maestro Picasso, los uruguayos unánimemente conceden el merecido valor que involucra el talento e inteligencia constructiva del genial malagueño, más no ha sido unánime el dictamen respecto de su manejo del color en su obra madura. Las generaciones posteriores al malagueño han priorizado inocentemente ese bárbaro, salvaje proceder pictórico produciendo irritaciones desmedidas en los exploradores uruguayos (exceptuando el caso de los pintores canarios a los que se tiene en gran estima a pesar de su abuso del óleo negro y la nada simpática aparición de huellas de pies en la superficie de sus cuadros ). El pintor uruguayo y el español se odian acérrimamente, si este odio no ha reventado en una masacre memorable es por la manera en que un tácito pacto los aguanta hasta la desaparición de su conjunto enemigo desvergonzado: el pintor chileno. La completa supresión de la actividad pictórica en territorio chileno es propósito común de ambas naciones. Esta alianza recoge su justificación en las infames invasiones chilenas a museos paraguayos donde han pretendido establecer una base de influencia que termine por teñir el vasto territorio sudamericano de la desigual e inorgánica obra del pintor chileno. A España sobran razones para el inmediato cese de la propagación diletante de esta pintura mientras que el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay ha subordinado el impuesto de educación a las costosas escaramuzas de hordas de pintores instruidos en la fe constructivista que dos veces al año se desplazan a Paraguay armados con oleos blanco y negro 120ml y dos pinceles afín de bajar el tono de la estridente e invasiva pintura chilena. El gobierno de España (con posibilidades financieras mas opulentas) dispone tropas de pintores cuya tarea no es ya modificar el tono sino organizar en la medida de lo posible las relaciones cromáticas de la pintura chilena de acuerdo a su máximo potencial expresivo (según la ideología pictórica del estado español, claro esta).
La nación paraguaya contempla estos enfrentamientos impotente dado su inoperante estilo pictórico heredado de las tradiciones textiles guaraníes.