viernes, 28 de diciembre de 2007

Charles Baudelaire

de "I"

Cohetes.

El amor es el gusto por la prostitución. No hay ni siquiera un placer noble que no pueda ser vinculado a la prostitución. En un espectáculo, en un baile, cada uno goza de todos. ¿Qué es el arte? Prostitución.

El amor puede derivar de un sentimiento generoso: el gusto por la prostitución; pero pronto es corrompido por el gusto por la propiedad. El amor quiere salir de si, confundirse con su víctima, como el vencedor con el vencido, y sin embargo quiere conservar privilegios de conquistador.
Las voluptuosidades de quien mantiene una mujer participan a la vez del ángel y del propietario. Caridad y ferocidad. Ambas independientes del sexo, de la belleza y del género animal.

Las tinieblas verdes de las noches húmedas de la bella estación.

de "III"

Cohetes.

Creo que ya escribí en mis notas que el amor se parece mucho a la tortura o a una operación quirúrgica. Pero esta idea puede ser desarrollada del modo más amargo. Aun cuando los dos amantes estuvieran muy enamorados y muy llenos de deseos recíprocos, uno de los dos estará siempre más tranquilo, o menos poseido que el otro. Ése, o ésa, es el operador o el verdugo; el otro es el sujeto, la víctima. ¿Escucháis esos suspiros, preludios de una tragedia de deshonra, esos gemidos, esos gritos, esos estertores? ¿Quién no los ha proferido, quién no los ha irresistiblemente arrancado? ¿Y qué encontráis peor que eso en la tortura aplicada por cuidadosos torturadores? Esos ojos: extraviados de sonámbulo, esos miembros cuyos músculos se sacuden y se contraen como bajo la acción de una pila electrónica, ni la embriguez, ni el delirio, ni el opio en sus más furiosos resultados, os ofrecerán por cierto, tan espantosos, tan curiosos ejemplos. Y el rostro humano, que Ovidio creía hecho para reflejar los astros, helo aqui que no expresa más que una ferocidad loca, o que se distiende en una especie de muerte. Porque, ciertamente, yo creía cometer un sacrilegio aplicando la palabra éxtasis a esta especie de descomposición.

¡Espantoso juego en el que es necesario que uno de los jugadores pierda el gobierno de si mismo!

Una vez preguntaron delante de mi en qué consistia el mayor placer del amor. Alguien repondió naturalmente: en recibir, y otro: en darse. Este dijo: "¡placer de orgullo!", y aquel "¡voluptuosidad de humillación!". Todos estos cerdos hablaban como la Imitación de Cristo. Al fin apareció un impúdico utopista que afirmo que el mayor placer del amor era el de formar ciudadanos para la patria.

Por mi parte, y digo: la voluptuosidad única y suprema del amor consiste en la certidumbre del mal. El hombre y la mujer saben, de nacimiento, que toda voluptuosidad se encuentra en el mal.


Diarios íntimos (1859-1866)