domingo, 25 de noviembre de 2007

Cesare Pavese

Revuelta

El muerto está retorcido y no mira las estrellas:
tiene los cabellos pegados al adoquinado. La noche es más fría.
Los vivos regresan al hogar, todavía temblando.
Es difícil ir con ellos; se dispersan todos
y hay quien sube por una escalera y quien baja a la bodega.
Hay quien camina hasta el alba y se tumba en un prado
bajo el sol. Mañana alguien sonreirá
con desesperación en el trabajo. Más adelante, también esto pasará.

Cuando duermen, se asemejan al muerto: si hay también una mujer,
el olor es más fuerte, pero se asemejan a muertos.
Los cuerpos, retorcidos, se aprietan contra el lecho
como contra el rojo empedrado: el largo cansancio
desde el alba bien merece una breve agonía.
Una sucia oscuridad se coagula sobre cada cuerpo.
Únicamente aquel muerto está tendido bajo las estrellas.

También parece muerto el manojo de harapos, que el sol
calienta con fuerza, apoyado contra el muro. Dormir
en la calle demuestra confianza en el mundo.
Hay una barba entre los harapos por los que corren moscas
sumamente ocupadas; por la calle, los transeúntes se mueven
como moscas; el pordiosero forma parte de la calle.
La miseria recubre con barbas las sonrisas burlonas,
al igual que una hierba, y confiere aspecto sosegado. Ese viejo
que podría morir retorcido, entre sangre,
parece, en cambio, una cosa y está vivo. De ese modo,
salvo la sangre, todo forma parte de la calle.
No obstante, las estrellas han visto sangre en la calle.

De Trabajar cansa