Sé llevó a un joven ante la presencia de un sabio diciendo: “¡He aquí uno al que pierden las mujeres!” Pero el sabio sacudió la cabeza sonriendo. “Los hombres son los que pierden a las mujeres”, exclamó; “y todas las faltas de las mujeres debieran ser castigadas y corregidas en los hombres; pues el hombre se forma una imagen de la mujer y la mujer se forma de acuerdo a esa imagen”. “Eres demasiado indulgente con las mujeres”, replicó entonces uno de los circunstantes; “se ve que no las conoces”. El sabio respondió: “el hombre se caracteriza por la voluntad y la mujer por la buena voluntad, tal es la ley de los sexos; ¡ley harto dura, por cierto, para la mujer! Ningún ser humano es culpable de su existencia, mas las mujeres son doblemente inocentes; nunca se tendrá bastante indulgencia con ellas”. “¡Que indulgencia ni indulgencia!”, exclamó otro del grupo, “¡hay que educar mejor a las mujeres!”. “Hay que educar mejor a los hombres” dijo el sabio, e hizo señas al joven para que lo siguiera. Pero el joven no lo siguió.